viernes, 21 de septiembre de 2012

La vida se la lleva.


¿Alguien sabe dónde está?
Por ahí me contaron que estaba perdida
En su propio mundo de locuras y fantasía.
Donde la soledad es mujer y el amor es poesía,
Una palabra que conoce bien, al parecer,
Pero que antes de ayer su léxico desconocía.

Ella bailaba y corría, cantaba y reía,
Se escondía de la poesía y le citaba cuando le veía,
Para que volteara, a ver si se veían y sus miradas cruzaban,
Pero nunca pasó, nunca se encontraban, aunque se conocían,
Ella y la poesía, ella y la vida, que antes de mañana se le escaparía.

Era tanto el tiempo que ella pasaba en su mundo de colores
Que confundió el valor de la canción que cantaba,
Y al mezclar la letra con otra tonada un bulto de odio se empacó en su mirada.
No de odio a alguien en particular, sino de odio a la vida,
Que se le escapó, junto con la poesía y el color del mundo en el que vivía.

Aunque no le quedaba mucho le quedó suficiente.
Aún tenía sus saltos de bailarina y su voz de ángel cantante,
El cuidado, el techo y abrigo que brindaba su amante,
La joyería que tantos le regalaron a su alegría,
Y otro montón de cosas que ella quería.

No sé si ella se conformaba con eso,
O si prefería la poesía, o la vida,
O la soledad o la alegría, pero, entre lo que tenía
Estaba un poeta que de noche le escribía,
Y de día, con ella en su mente vivía, hasta que se escapó su vida.

Hasta que su vida se le escapó, en un viaje,
Donde el tiempo infinito duraba un instante
Así que no había tiempo que perder.
Ni en cantos de llanto amargo, ni penas por venir
Ni juegos de ajedrez, ni pensar para decir.

En esos momentos de sus vidas, más que ellos mismos,
Los acompañaba la soledad de cada uno.
Les acariciaban sus cabellos y los hacían besarse,
Para perderse dentro de la poesía y los cantos de los labios rojos.
Dentro del mar adentro a descansar de los viajes,
Y de los escapes de la vida.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Soledad, soledad, soledad.


Hoy es otra de esas noches en las que no hago más que caminar en mi sala. Camino en círculos, corro, me desplazo de pared a pared en mi desesperación sin sentido. Me detengo a admirar las baldosas porque son lo único que queda en la casa que puedes ver con detalles. Ya no hay nada más. No estás tú, no estoy yo, no hay nadie, no hay nada. Ni siquiera ausencia. Sólo la soledad en la sala de espera, que cambia constantemente de color dependiendo de cómo me siento.
Pasa el tiempo y pienso en ella. Pasa el tiempo y pienso nada. Pasa el tiempo y dejo de pensar. Cada minuto que pasa es tiempo perdido en el que me gasto pensando y quemando mi mente, a tal punto en el que la locura es presente entre los cigarrillos que consumo todas las noches por el frío incierto que trae la despedida del ser que me mantiene despierto, o en defecto de su despedida, la falta de su presencia. No me quedan muchas opciones. Y no me queda de otra, salgo al patio en medio de la noche, rogando por seguridad en mi inseguridad.
Sé que no cambiaré, esto es un mal hábito. Deprimirme todas las noches al asomarme por la ventana a ver la luna y las estrellas. Sólo una luna y tantas estrellas viajeras. No importa lo mucho que grite todas las noches, la luna no me escuchará, no está en ella escuchar mortales. Sigo disfrutando de mi soledad y mis cigarrillos, en otra de esas noches viajeras, pasajeras, escurridizas y frecuentes, que aparecen para escapar de mí. La soledad, mi gran seguidora y mi amante más fiel. Mi novia perdida y mi futura traidora. No puedo decir cuánto la amo, porque así como me traiciona, yo la traiciono con la libertad.
Llamé tanto a la soledad en el espejo que decidió aparecer. Apareció por fuera de su velo y apariencia de mujer. Medía más que una pared y su mirada azul se tornó amarilla. Sus brazos dejaron de ser de abrazo para ser de asesinato. Su sonrisa y sus labios rojos perdieron el encanto en una figura guasonezca. Y su voz, dejó de ser afable y seductora para ser tétrica y aterradora… soledad se volvió mi guardián, y a la vez mi verdugo. Lo siguiente fue una revelación de mi vida, entre lágrimas de miedo y admiración al no creer lo que veía.
No podría poner en palabras las palabras que me dijo, solo puedo resumir en que debo temerle. Que nunca me abandona pero nunca lo veo. Que esta vez decidió aparecer para mostrarme lo que me espera si escojo abandonar la vida así como así. Mis ojos no creían que un ser tan bestial fuera mi asesino, y a la vez mi amigo. Pero así como lo pude apreciar, así con esas ganas quería escapar de él.
“Tenme miedo. Témeme como a nada en tu vida, pues seré lo último que verás cuando esta tenga que terminar. Tenme miedo así como temes la muerte del amor, así como temes a caer de tu altura. Tenme miedo, pequeño, pues cuando no tengas ese amor, esa amistad, y esa vida, vendré a buscarte, tarde o temprano. Cuando te quedes solo, me harás compañía.” Me dijo, antes de retirarme en silencio a perderme en la soledad de mi sala.
Luego de entrar y cerrar la puerta, me senté en mi antigua sala, me perdí en la oscuridad. Ahora que estoy solo, puedo dejar de ser yo y volverme parte de todo. De todo lo que es, de todo lo que será. Volverme uno con el universo que me rodea. Morir en la tranquilidad de mi silencio, con el sabor amargo del llanto eterno en mi piel. Unirme con la otra vida, el otro piso. Liberarme de mi cuerpo que está molesto con todo. Desaparecer. Pero antes de todo, quisiera preguntarte en algo. ¿Crees en monstruos? O mejor dicho, ¿Has sentido la soledad?