Hoy
es otra de esas noches en las que no hago más que caminar en mi sala. Camino en
círculos, corro, me desplazo de pared a pared en mi desesperación sin sentido.
Me detengo a admirar las baldosas porque son lo único que queda en la casa que
puedes ver con detalles. Ya no hay nada más. No estás tú, no estoy yo, no hay
nadie, no hay nada. Ni siquiera ausencia. Sólo la soledad en la sala de espera,
que cambia constantemente de color dependiendo de cómo me siento.
Pasa
el tiempo y pienso en ella. Pasa el tiempo y pienso nada. Pasa el tiempo y dejo
de pensar. Cada minuto que pasa es tiempo perdido en el que me gasto pensando y
quemando mi mente, a tal punto en el que la locura es presente entre los
cigarrillos que consumo todas las noches por el frío incierto que trae la
despedida del ser que me mantiene despierto, o en defecto de su despedida, la
falta de su presencia. No me quedan muchas opciones. Y no me queda de otra,
salgo al patio en medio de la noche, rogando por seguridad en mi inseguridad.
Sé
que no cambiaré, esto es un mal hábito. Deprimirme todas las noches al asomarme
por la ventana a ver la luna y las estrellas. Sólo una luna y tantas estrellas
viajeras. No importa lo mucho que grite todas las noches, la luna no me
escuchará, no está en ella escuchar mortales. Sigo disfrutando de mi soledad y
mis cigarrillos, en otra de esas noches viajeras, pasajeras, escurridizas y
frecuentes, que aparecen para escapar de mí. La soledad, mi gran seguidora y mi
amante más fiel. Mi novia perdida y mi futura traidora. No puedo decir cuánto
la amo, porque así como me traiciona, yo la traiciono con la libertad.
Llamé
tanto a la soledad en el espejo que decidió aparecer. Apareció por fuera de su
velo y apariencia de mujer. Medía más que una pared y su mirada azul se tornó
amarilla. Sus brazos dejaron de ser de abrazo para ser de asesinato. Su sonrisa
y sus labios rojos perdieron el encanto en una figura guasonezca. Y su voz,
dejó de ser afable y seductora para ser tétrica y aterradora… soledad se volvió
mi guardián, y a la vez mi verdugo. Lo siguiente fue una revelación de mi vida,
entre lágrimas de miedo y admiración al no creer lo que veía.
No
podría poner en palabras las palabras que me dijo, solo puedo resumir en que
debo temerle. Que nunca me abandona pero nunca lo veo. Que esta vez decidió
aparecer para mostrarme lo que me espera si escojo abandonar la vida así como
así. Mis ojos no creían que un ser tan bestial fuera mi asesino, y a la vez mi
amigo. Pero así como lo pude apreciar, así con esas ganas quería escapar de él.
“Tenme
miedo. Témeme como a nada en tu vida, pues seré lo último que verás cuando esta
tenga que terminar. Tenme miedo así como temes la muerte del amor, así como
temes a caer de tu altura. Tenme miedo, pequeño, pues cuando no tengas ese
amor, esa amistad, y esa vida, vendré a buscarte, tarde o temprano. Cuando te
quedes solo, me harás compañía.” Me dijo, antes de retirarme en silencio a
perderme en la soledad de mi sala.
Luego
de entrar y cerrar la puerta, me senté en mi antigua sala, me perdí en la
oscuridad. Ahora que estoy solo, puedo dejar de ser yo y volverme parte de
todo. De todo lo que es, de todo lo que será. Volverme uno con el universo que
me rodea. Morir en la tranquilidad de mi silencio, con el sabor amargo del
llanto eterno en mi piel. Unirme con la otra vida, el otro piso. Liberarme de
mi cuerpo que está molesto con todo. Desaparecer. Pero antes de todo, quisiera
preguntarte en algo. ¿Crees en monstruos? O mejor dicho, ¿Has sentido la
soledad?
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