Son distintas nuestras pieles. No llevamos encima el mismo
cabello, ni los mismos pelos. Parece que menos el color y los sentimientos. Tú
sientes que tienes menos de lo que puedes tener y te molestas con el olor de tu
cuerpo, por no mencionar más de lo que debo. Yo en cambio siento que tengo
menos de lo que debo tener, y me alegro con tu sonrisa aunque sea pasajera,
como el sentir de tus manos que van libres como el viento que se aleja en el
verano.
Son distintos nuestros ojos. No vemos de la misma manera, ni
entendemos lo mismo. Puedes ver que el mirar de tus ojos se aleja a tiempo y
destiempo cuando volteas la mirada. Y volteas la mirada cuando te das cuenta
que mi vista va directa a tu busto, o a tus ojos. Que luego me hacen voltear la
mirada al sol, porque es lo único bello para mirar cuando te haces invisible a
mi vista perdida. Cuando te haces imperceptible a mis labios desérticos.
Son distintos nuestros labios. Tus labios delgados y
afilados, y los míos secos pero enamorados. Beber el agua no es lo mismo,
porque desde que me enteré que moriremos porque cagamos sobre lo que bebemos he
preferido beber de los cigarrillos y tus besos, que aunque corten más que las
navajas en mis pulmones son más refrescantes que pasar el día entero tomando de
la fuente de la vida con mis labios secos. O pasar las tardes viendo desde el
cielo al desierto y ver que soy así como él.
Aunque similares sean nuestras manos distintas cosas son las
que tocan. Tú tocas ásperamente la madera de mi puerta para entrar a ver si no
he pasado una mala noche. Yo toco bruscamente y a golpes las paredes de mi
cuarto, para desahogar que estoy pasando un mal rato y no tengo como
desquitarme de los pasos que he malgastado con el tiempo delante y la vida
detrás. Y al voltear, ver tu mirada mirar a otra parte, para yo seguir
desquitándome con murallas de mi catedral sin creencias.
Aunque mundanos sean nuestros nombres no es nada común
verlos juntos, por eso se ve tan bien la matiz del descuadre en nuestros besos
y en lo agridulce de nuestra mezcla. Por eso es tan fácil convivir en tu mente,
con lo revuelto de tus pensamientos y lo llamativo de tus rincones. Porque
aunque seas como la brisa y vayas y vengas de sentir y pensar, puedo sobrevivir
alimentándome de tu andar, siguiéndote los pasos y escuchándote desde atrás.
Por eso, aunque disfrute la lluvia sé que alguien la odia.
Porque así como es pacífica, así es igual de caótica. Por eso somos como la
lluvia. Porque donde encontramos paz creamos una guerra y donde haya una guerra
creamos paz. Porque aunque en conflictos estemos, sé hasta donde la piedra que
lances ha de llegar. Sé como devolver la piedra sin que te golpee, y sé como
hacer que tus labios no me corten los labios cuando te beso bajo la lluvia, que
suele irse como tus manos.
Eso sí que lo sé.