La extrañé tanto, por tanto tiempo, desde el día en que en
mi desconocimiento me fui. Desde el día en que en mi inocencia me perdía en una
travesía llena de distancias y caminos y gente por recorrer. Gente por conocer.
Gente a la cual detestar, y en mi mente, y en el no saber hablar, solo estaban,
y bastaban, las imágenes de sus cabellos negros siendo cortados por unas
tijeras, para ocultar sus mechones en mis cuadernos. Los mechones de la que
puedo llamar a ser mi primer, o mi segundo amor, no lo sé, y que hasta hoy en
día puedo decirle que le amo, aunque no me escuche por la distancia que nos
separa y aunque la hallaba perdida hasta hace unas semanas. Aunque la hallo
perdida y nostálgica de lo que pudo ser lo que sea que fuese a ser, sé que
puedo decirle que la amo, porque así ha sido desde ya hace muchos años. Desde
hace muchos años ya.
Hasta hace unas horas la hacía perdida. Hasta hace unas
horas me decía a mí mismo que estaba muerta, o que no existía. Hasta que entre
sus páginas, o mis páginas, mejor dicho, apareció uno de sus antiguos mechones.
¿Cuánta nostalgia cabe en un papel?, no lo sé, pero algún día lo sabré, y puede
que hoy sea ese día. Aunque no lo creo, porque hoy no ha sido un buen día ni un
mal día. Ha sido un día común. Hoy es uno de esos días, o esta es una de esas
madrugadas en la que me da por extrañar a personas del pasado. Y en el pasado
están esas personas. Aunque, si el mundo nos encontrara, si por mera casualidad
nos encontrásemos, sé que no seríamos pasado y seríamos hoy en día, porque ella
no está tan perdida como nosotros estamos perdidos. Como todos los que soy
están perdidos. Y ella, siempre ha estado hasta en su ausencia y la mía.
Algún día le encontraré de nuevo, y ansío porque ese día
llegue, solo para saludarle como se debe, o para oler sus manos siempre
jabonosas, o para encontrarme entre sus abrazos y sonrisas graciosas. Ya ni sé
lo que extraño más, si sus “te amo” o sus atentos “¿cómo estás?” o las cosas
que tenía siempre para contarme. O tal vez agradecerle porque gracias a ella
aprendí a hablar como se debe con el resto de las mujeres, y sé que debo
agradecerle el día que la vea porque si vuelve a irse quién sabe cuándo vuelva
a deleitarme con sus ojos y sus manos y su hermoso y oscuro cabello largo. Y
qué malagradecido he sido por todo lo que me ha dado desde que la conocí hasta
este año. Desde aquél perdido año en el que me encontraba viéndola a los ojos
pensando en qué decirle hasta que se acercó y me dijo “Mucho gusto, Juan”.
No sé cómo terminar esto, aparte de que no le encuentro
coherencia. Solo puedo terminar diciendo que la extraño y que recuerdo que nos
debemos un beso.