domingo, 17 de febrero de 2013

Reflexión: La extraño.


La extrañé tanto, por tanto tiempo, desde el día en que en mi desconocimiento me fui. Desde el día en que en mi inocencia me perdía en una travesía llena de distancias y caminos y gente por recorrer. Gente por conocer. Gente a la cual detestar, y en mi mente, y en el no saber hablar, solo estaban, y bastaban, las imágenes de sus cabellos negros siendo cortados por unas tijeras, para ocultar sus mechones en mis cuadernos. Los mechones de la que puedo llamar a ser mi primer, o mi segundo amor, no lo sé, y que hasta hoy en día puedo decirle que le amo, aunque no me escuche por la distancia que nos separa y aunque la hallaba perdida hasta hace unas semanas. Aunque la hallo perdida y nostálgica de lo que pudo ser lo que sea que fuese a ser, sé que puedo decirle que la amo, porque así ha sido desde ya hace muchos años. Desde hace muchos años ya.
Hasta hace unas horas la hacía perdida. Hasta hace unas horas me decía a mí mismo que estaba muerta, o que no existía. Hasta que entre sus páginas, o mis páginas, mejor dicho, apareció uno de sus antiguos mechones. ¿Cuánta nostalgia cabe en un papel?, no lo sé, pero algún día lo sabré, y puede que hoy sea ese día. Aunque no lo creo, porque hoy no ha sido un buen día ni un mal día. Ha sido un día común. Hoy es uno de esos días, o esta es una de esas madrugadas en la que me da por extrañar a personas del pasado. Y en el pasado están esas personas. Aunque, si el mundo nos encontrara, si por mera casualidad nos encontrásemos, sé que no seríamos pasado y seríamos hoy en día, porque ella no está tan perdida como nosotros estamos perdidos. Como todos los que soy están perdidos. Y ella, siempre ha estado hasta en su ausencia y la mía.
Algún día le encontraré de nuevo, y ansío porque ese día llegue, solo para saludarle como se debe, o para oler sus manos siempre jabonosas, o para encontrarme entre sus abrazos y sonrisas graciosas. Ya ni sé lo que extraño más, si sus “te amo” o sus atentos “¿cómo estás?” o las cosas que tenía siempre para contarme. O tal vez agradecerle porque gracias a ella aprendí a hablar como se debe con el resto de las mujeres, y sé que debo agradecerle el día que la vea porque si vuelve a irse quién sabe cuándo vuelva a deleitarme con sus ojos y sus manos y su hermoso y oscuro cabello largo. Y qué malagradecido he sido por todo lo que me ha dado desde que la conocí hasta este año. Desde aquél perdido año en el que me encontraba viéndola a los ojos pensando en qué decirle hasta que se acercó y me dijo “Mucho gusto, Juan”.
No sé cómo terminar esto, aparte de que no le encuentro coherencia. Solo puedo terminar diciendo que la extraño y que recuerdo que nos debemos un beso.

martes, 5 de febrero de 2013

Un poema: Incoherencias para Dayana.


No temas a la vida, ni a la muerte. No confíes en la verdad que te dijimos una vez, no hablemos de tu suerte, no hablemos de la vida. No contemos a quien sea nuestros deseos más profundos, no hablemos entre tontos las cosas que no son de este mundo. Y no le hablemos de este mundo, nuestro mundo, a quien sea. A cualquiera. A los versos que te doy cada vez que te encuentro, a los deseos imaginarios que nos inventamos cada vez que hablamos, sin vernos, solo leernos y escucharnos. A nuestras sonrisas inventadas para atraer las miradas de la gente común, y a los secretos que le contaría a tus labios. A tus labios disfrazados de humo de tabaco, habanos y alcoholes finos, ostentosos y baratos. A los abrazos mal gastados que pude haberte dado y a las mentiras que te dije para tenerte a mi lado, en la espina de mi tallo y la flor de mi verso. Al ácido de tus lamentos, al licor de tus pasiones. A tus adicciones. A tu flor envenenada y en ácidos escondida. A tu corazón abatido por la contradicción del estar bien y estar mal. Al encuentro que tengo algún día contigo en este lugar. A las noches oscuras que hemos pasado gastando nuestras palabras, en versos y versos subiendo las temperaturas. Apagando los aires con nuestra fogosa conversa. A tu cumpleaños y luego al mío. No contemos nuestros versos y nuestros besos a cualquiera. No contemos los números ni las palabras de nuestros versos, aunque, en este verso que uso como beso en hoja, quiero contarte a ti, y a tu mirada pequeña y recóndita, escondida en lo más profundo de nuestro mundo de arte, que me sobran las palabras para escribirte, pero me quedo corto cuando se trata de hablarte. Por eso, te doy este verso, y espero algún día, volverte una canción. Que suenes y suenes como suenan los cantos de los grandes cantantes de Europa, pero en un tono más americano, en un tono más mundano. En un tono más mío que del mundo quiero cantarte. Contarte. Entre versos, besos, abrazos y risas. Entre pinceles, lápices, tinteros y lienzos. Entre palabras y párrafos y escritos improvisados. Entre poemas incoherentes, como este, que dejaré a la vista del mundo para juzguen en sea o no sea mi anonimato. Bienvenidos sean tus ojos y tus labios a mis secretos que no te he contado, pero que he contado a los labios de Dayana. A los labios de Dayanísima, mejor dicho. Bienvenido seas al cuento que no te he contado.