lunes, 26 de agosto de 2013

Primeros recuerdos.

Quería escribir, pero no podía.
Me perdía en las palabras que conocía para poder contarle al viento el tiempo que ha pasado desde que crucé esa línea, y que he cantado desde entonces, mis encuentros con el silencio de sus besos y el sabor de su aliento. No encontraba elocuencia cuando intentaba plasmar en palabras lo que sus manos decían. Señalaban. Acariciaban. No encontraba una manera de poder hacerlo sin revelar al mundo mi añorada privacidad y mi intimidad tan atesorada, que he revelado en parafraseo y besos en mis versos a los ojos de quienes me encuentran entre su mente y mis hojas. Tampoco es que me matara buscando la manera, pero me exijo tanta perfección algunas veces que termino cerrando por completo mis encuentros con el papel.
Esto quizás sea más una reflexión más que una historia inventada, o un poema, o un encuentro con la almohada y su cabeza. Tal vez sea más un diario extraño, o un artículo corto para el periódico. No lo sé, pero no será tanto una oda sino algo para que entiendan quienes me lean cómo siento y pienso algunas cosas, sin revelar mucho al final de todo. Trataré de hacernos lo más claro posible a su comprensión, sin tener que exprimir mucho los ángulos de sus voces, y que así, puedas cantar conmigo los versos que diré de ahora en adelante cuando le cante a la felicidad que sus besos traen a mis noches y a los mejores buenos días que he recibido en la vida desde aquél cumpleaños que no recuerdo con claridad.
Y entre palabras buscar los hechos que alguna vez dijiste, e hiciste, y que no den muchas vueltas a los asuntos y que los asuntos no le tomen mucho el tiempo ni el pelo a las personas que se cruzan con nosotros y entre nuestros oídos. Que todo lo que diga suene tan claro que de ser una imagen pueda verse detrás de ella. Ahora, no sé por dónde empezar, pero, ya algo se nos ocurrirá.
Me escondía entre sus sueños. Sus sueños fueron la casa de muchas de mis aventuras, y mis sueños fueron el templo de todas las cosas que hoy quiero por su mirada. Sus ojos se han encontrado en tantos de mis espejos que cuando veo los reflejos recuerdo lo que soñé una vez, que hice realidad. Que fue contarle al espejo y a ella que el señor del reflejo, que tomaba de la mano a la mujer que amaba, no dejaría de amarla ni que su memoria olvidara todo lo que se puede olvidar.
O algo así le había dicho ese día, no recuerdo. Pero sí recuerdo haberle jurado amor unos días después de jurarle amor esa noche. Ese día. El resto de las noches, por todos los silencios que ha habido desde ese beso.

Sus labios escondían más que su sonrisa y su lengua traviesa. Su voz se escondía tras sus palabras, hasta que empezaba a decir cosas que para que mis oídos tenían sentido, porque cada vez que hablaba escuchaba un cantar extraño, que tenía un tono entre el oleaje del mar y el viento entre las velas de su delgadez. Entre su ropa y su piel y su sonrisa y la mía. Entre un beso que guardó silencio por el resto de la oscuridad. Entre una lágrima de felicidad por sentir su lápiz labial en sus labios rozarse con mi locura desmesurada, en lo que podemos llamar el rapto de mi primer beso con quien juré amor esa, y todas las otras noches. 

lunes, 19 de agosto de 2013

Viaje universal.

Un paseo usual por el pasado se convirtió en una risa secreta y en una melodiosa canción.
Caminaba por las habitaciones de la casa, donde una vez fue nuestra luna de miel, o nuestro dulce pecado, y encontré una silueta en la cama, y una risa callada. Una sábana doblada y una figura desfigurada. Torcida, pero acomodada. Inquieta, revuelta entre la cobija del colchón. Cubriendo su desnudez y mostrando pudor en una sonrojada sonrisa. Una almohada mojada de sudor y un olor a perfume y pasión. Un baúl de emociones. Todo, en un solo paseo. Todo en un recuerdo. Todo en una acción.
Recordé que su canción sonaba por todas las paredes. Y que su sonrisa se paseaba por toda mi cara. Que su esbeltez se encontraba con mis manos y que mi voz desafinaba con sus caderas. Que paseaba mis deseos por sus cabellos y me esposaba a sus muñecas, y que con un suspiro de su aliento el mundo se tendía en un profundo sueño, y en su ombligo el centro del espacio daba un baile hacia su final. Toda la vida aminaba hacia un holocausto universal. Y en sus escasos lunares todas las estrellas giraban en desorden cronológico y horario, chocando entre ellas y entre mis labios, y sus labios, y sus besos y sus manos. Y su sonrisa, mordiendo firmemente el espacio que había entre su boca y la mía.

Y encontrándome de nuevo entre el deseo y la razón, y el amor y la pasión atemporal que siento por su aliento, y la adicción de sus senos y el olor de su cabello, hice un desorden en mi mente al admirar el brillo de la finura de su figura y terminé por enloquecer en la falta de oxígeno y la penumbra del espacio. Con el brillo de un sol a kilómetros de distancia, miraba cómo la tierra giraba, para estar al tanto de la hora, y las deshoras que llevaban mis ojos despiertos ante su presencia, hasta que con su cabello vendó mi mirada, y tuve que ceder mi cordura a sus deseos, y terminar cayendo en un limbo eterno, entre la vigilia y el sueño, entre sus golpes y sus gemidos. Entre la vida y la muerte del recuerdo de su cuerpo, y entre la cordura y la locura de amarle hasta no poder.