Caminaba, pero no recuerdo cómo ni con qué intensidad
recorría la vida en aquellos años en el que andaba por andar, como dice la
canción, y como el mundo es redondo, no supe que era ir adelante hasta que un
día, tropecé, y caí en un vacío del que no pude escapar hasta que otra alma
viajera se tropezó sobre mí, y sobre mí cayó.
Ese fue el momento en el que, cegados por las
circunstancias, nos dedicamos a andar juntos por el mismo camino, de la vida a
la muerte, o de la muerte a la vida, como más le guste al destino, que nos puso
en el sendero una tierra y un mar, separados por la orilla de una playa, para
que anduviéramos en ella, antes de andar en nosotros. Y cuando a la costa
llegáramos, nos encontraríamos con nuestros cuerpos.
El sendero es largo y cansado, como el viento que da la
vuelta al mundo y llega con menos fuerza al inicio de su travesía. Yo me
encontraba caminando por la vía que una vez dominé. Era un reencuentro con el
pasado, porque me gusta recordar muchas de las cosas que vivo, y en ese camino,
me iba a encontrar con todos mis recuerdos. Los importantes al menos.
Me iba a encontrar con la luna y las estrellas, porque no
camino hacia adelante, sino hacia arriba, con mis dedos y caricias, en vez de
con mis pies, me adentraba más en su recorrido, ya vivido por mis ansias y por
su piel. Aquél andar tan largo en su espalda, que me hace perderme en cada una
de las secciones de su columna y me encuentra en su cuello y lo oscuro de su
cabello, que conozco con mi aliento y mis deseos.
Dar la vuelta al mundo, al mar y la tierra para encontrarme
con sus labios, así como el viento hace, que rodea la tierra solo para que le inhale
y me haga sentirlo, perfumado con su aliento en cada beso que respiro cuando
mis labios caminan en el camino de los suyos. Cuando mis manos en su pecho se
alejan y acercan con el ir y venir de su respiración. Cuando entre los dos las
almas y nuestros cuerpos se alejan para dar paso a nuestro andar.
Y entre paso y paso mi andar cambia direcciones, entre los
bosques de sus cabellos, las lunas en sus ojos, los mares en sus labios y las
montañas de sus hombros, ando y ando por su mundo para encontrarme a mí mismo,
sintiendo el calor de sus pasiones, el frío de su sed y la excitación de sus
manos al andar mis caminos, como mis labios andan los suyos, cada uno, de mil y
una formas, con cientos y cientos de pasos, y miles y miles de caricias que
alimentan nuestra libertad que cada uno, por separado, escoge acompañar con
nuestros sueños de viajeros.