Hoy visto mis desdichas con retazos de canciones.
Hoy le canto al viento por una brisa que me libere de mis
ansias.
Hoy le escribo a los relojes, para que detengan el tiempo en
una caricia.
Hoy le pido a los señores, a las damas y a los amantes, direcciones,
para salir de esta estación de tren.
Esta noche la he pasado en esta banca, con este libro, con
este lápiz, mirando a esta mujer mirar su reloj. Mirar sus zapatos. Mirarme a
los ojos, mirarme de reojo, y mirar a otras partes cuando nota que la miro sin
sonreír. Cuando nota que me tiene encantado su manera de maquillarse. Qué risa
me causa eso, pues, es un placer, señorita.
Hoy recuerdo una pasión enardecida y sazonada con picante y
lujuria.
Hoy intento no malograrme entre mis pensamientos y deseos
oscuros.
Hoy esquivo con problemas todas las balas que me llueven de
futuro.
Hoy, más que nunca, siento que no volvería de irme si
tuviese una oportunidad, y así, desaparecer por completo de la comprensión.
Entre un chispazo de miradas nos vimos. Fue una tarde de
trenes, en las que íbamos pasando de dos en dos, con nuestros cigarrillos,
yesqueros y mentes en blanco. Atrayéndonos misteriosamente. Tú por tus colores,
yo por mis canciones y el atrevimiento de mirarte desde el otro lado de las
rieles.
Este día no juega con la mañana y se ha propuesto una noche
eterna al tiempo.
Esta tarde no cree en el sol, y la luna se ha llamado más a
aparecer que el calor.
Estos cigarrillos son para fetos en desarrollo, así que no
afectarán mi salud, mi cantar.
Este silencio no sabe que decir, y es por eso que entre el
humo de la ansiedad, y tu sombrero blanco, nos estamos alejando más de nuestras
miradas.
Fue en un abrir y cerrar de ojo que, cuando pasó el tren de
la nueva vida, dejé de verle. Era intrigante que cuando su imagen se fue de mi
percepción, cambié mi postura, para no decir que me equivoqué al no cruzar. Y
fue más rápido aún que, cuando el tren volviera a andar, se haya aparecido
dentro de él, y desde la lejanía de tus mano, me hayas abordado con un beso
pintado de “nos vemos luego”.
Esa mañana, justo antes de que el destino me llamara, se
acabó el día.
En ese atardecer fue la vez que recordé qué se sentía
olvidar una canción.
Esa noche no supe qué escribirle a mis hojas, en esa banca,
en esa estación.
Ese amanecer, enterré una parte de mí, porque en la
oportunidad de encontrarte, te dejé ir. Por eso te pido, antes de que vuelvas a
irte, sé mía.