lunes, 14 de abril de 2014

Sabe a recuerdos.

Hay una mezcla de sabores en mi boca y de colores en mis ojos. Veo el matiz del viento colarse entre las paredes de los edificios y a veces puedo saborear mi vida entre mis dientes cuando los acaricio con mi lengua, y tienen un sabor a chocolate, café y nicotina. Un exquisito delirio de saberes paseándose por mi mente me hace recordar tiempos en los que dependencia era el pan de cada día y ausencia era el acompañante de esa comida. Dependencia en el desayuno y soledad para rodar.
No recuerdo bien cómo era que hacíamos él y yo antes para poder convivir tranquilos. Tal vez era por todas las distracciones que encontrábamos a cada momento, que no nos hacían pensar que los silencios eran incómodos. Todo eso empezó, pienso yo, el día en el que encontré esa cajetilla en el buzón, con mi nombre, con su olor. Y vaya que sabor, y vaya si no me sentí grande. Ese día, nos separamos por completo. Ese día, dejamos de encontrar silencios incómodos, sino silencios eternos.
Y no sé, si años después, luego de haber vivido la soledad acompañado de ti, llegó el día de la venta. El día en el que formalicé mi contrato con el infierno, por un montón de pesos, dólares, soles, lunas y estrellas, para dejar de ser lo que en ese tiempo era, y convertirme en otro ser. Ser otra esencia, y dejar atrás un mundo en el que vivía más de una vida, no por máscaras, sino por los escenarios. Cambiarlos a todos por un uno, por una uno. Por un amar. Por un dejar de estar conmigo, y compartir el universo que me habían dado por mi ser.
He olvidado todo, porque ya nada me importa. No recuerdo cómo era mi vida esos cuatro años atrás en el que mis perfumes fueron cambiados por unas caricias, mis ojos por unas miradas y mi voz por una conversación. No recuerdo si vivía mejor, no recuerdo si encontraba más que hoy. Lo que recuerdo es que, cuando tenía alma, cuando tenía olor, no tenía estos sabores amargos en mi boca. No tenía esta salinidad en mis ojos, ni este peso en mis hombros, ni esta cicatriz por sonrisa. Tenía un ser, y, lo vendí por unos caramelos ácidos.

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