Sentado en la sala de mí casa, con un vaso de vodka y un
cigarrillo en mano, admirando el cielo estrellado desde la ventana, pensando en
cómo puedo encontrar la llave que abre el candado de mi mente.
Tanto tiempo ha pasado ya desde mi último logro, tantas
cosas han pasado, tantas que solo puedo pensar “¿por qué si ha pasado tanto no
puedo abrir mi mente?”, no hay nada que pensar, no hay nada que decir, no hay
nada que hacer. Estoy bloqueado.
Me pasee por la sala, entre el humo del cigarrillo y el
calor del alcohol, hablando conmigo a ver si sale un dialogo, pero nada, ni
siquiera sabiendo la respuesta salgo de esta confusión. ¿Sera que solo es una
etapa? ¿Qué mi vida es un fiasco? ¿Qué lo que era ya no es? ¿Qué no hay nada?
El tiempo pasa, las hojas se gastan, mi botella se acaba,
mis cigarrillos se consumen, mi fuego se apaga y el viento deja de soplar.
Ahora estoy ebrio, consumido por mis cigarrillos y rodeado de ideas absurdas
arrugadas en papel, en el calor de una sala oscura, viendo un cielo tormentoso
desde el suelo, acompañado por la chica del velo negro que se hace llamar
Soledad.
Solo me queda un vaso de vodka y ya estoy ebrio, solo me
queda un cigarrillo y quiero más, solo me queda una hoja y las demás ya están
escritas, el sonido del silencio, el olor de lo normal, el sentir del frio y el
hambre de ti me acompañan más que Soledad.
Pasan las últimas horas de la madrugada, tomo el último vaso
y fumo el último cigarrillo, escribo la última palabra y me voy de la sala, esperando
que al cerrar la puerta del cuarto nada pueda entrar, solo el sonido del agua
que inunda el patio y la luz que pasa por debajo de la puerta.
Me acosté en mi cama añorando no despertar esa mañana,
quedarme durmiendo en un vacío sin fin, quizá para encontrarme con los cuervos
de mis pozos en la oscuridad de mi pensar esa noche.
Cuando desperté tenía sudor seco en mi frente y un pañuelo,
acompañado de una mano suave se paseaban por mi frente, mi almohada se había
ido y en lugar estaba posado en piernas de otra persona, y una voz me hablaba
en susurros, estaba dolido y mareado, pero no podía confundir esa voz con
cualquier otra voz.
En mi delirio pedía que fueras tú la que estaba cuidándome
en esa oscura hora, que fueras tú la que me tenía descansando en sus piernas,
la que me susurraba tan bellas palabras de alivio al oído. Imaginaba que al
abrir los ojos y ver que eras tú te iba a besar y pedirte que no te fueras
nunca, que te quedaras conmigo, te abrazaría y no te soltaría.
Me levanté y vi que eras tú, pero tu belleza sobrepasó los
niveles de lo que esperé, quede paralizado con mis pensamientos y tú solo me
miraste y sonreíste, te inclinaste y me besaste, me dijiste que no te ibas a
ir, que te quedarías por mí. Solo pude mirarte a los ojos y perderme en ellos,
inclinarme a tu cuello y decirte un te amo al oído.
Te hale y te recosté sobre mí, te abracé y te besé, te dije
que te amaba más de una vez, y luego al final de un último beso me dijiste
“sigue durmiendo, aun es de noche”.
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