Mi casa está sola, mi cuarto está solo, yo estoy solo. Me acompaña
la única persona que prometió estar conmigo en las buenas, las malas, las peores
y en las quisiera recibir la muerte por las balas, y que en las victorias no
estará. Esta noche me acompaña el triste reflejo en el espejo y la dama de
negro llamada Soledad.
Hay tanto que pensar y no tengo la voluntad de hacerlo, no
me queda de otra, saco mi botella de vodka y un baso de aluminio, que está frío
por el hielo. Cuando sirvo el vodka en el baso sale el humo del cambio con olor
a alcohol, el reflejo del llanto del hielo al ser quemado por el vodka, su
grito agónico que me recuerda por qué quiero beber esta noche.
Ver el techo desnudo, sin luces encendidas, sólo con la luna
entrando por la ventana, con el alcohol a la izquierda y el tabaco a la
derecha, buscando acabar con mi vida y con la de Soledad, que no hace más que
mirar y mirar, con esos ojos azul asesino, con esos labios rojo sangre y su
respiración, que suena como un silbido de labios secos, que me hace entrar en la
locura y en los juegos de lujuria.
Ya es una rutina estar en mi sala, bebiendo y fumando
mientras las almas duermen, llorando de tristeza porque no vuelves. Gritando tu
nombre sabiendo que no puedes escucharme, con cada cigarrillo intentar olvidar
que un día llegaste a amarme, y por más dolor que me cause, tratar de olvidar
que te amo y así seguir adelante, dejando atrás los sueños que quise vivir
junto a ti.
No me importa cuál hora sea, ni cuál día caiga, ya no hago
más que beber y fumar, gritar y llorar, perder y ganar, y al final, dormir con
el vacío en el alma, sin esa afable calma, sin esa vivible harmonía de color y
vida que me acompañó en los días que vinieron, y se ha ido por los días
venideros. Esos días de rutina de alcohol.
Esta noche escuché un disparo, y desde que lo oí he sentido
un hueco en el pecho, como si yo hubiera sido el objetivo. Mi cuerpo fallecido
yace en el suelo, vivo pero muerto, hablándole al techo con voz de adicto al
humo, repitiendo como un loco tu nombre, con los labios entrecerrados, con el
cuerpo semidesnudo, con la vida en la mano y la muerte en alcohol derramado.
Pasan las horas, horas y horas. Los relojes me gritan que
vaya a dormir, Soledad me dice que me quede. Yo les digo que se callen, que no
hablen, que no me digan nada. Que todo lo que quiero es oírla hablar con su voz
de hada perdida, que diga mi nombre cuando esté enojada, que venga y me levante
a patadas y me diga que se quedará, que deje todo atrás y me vaya con ella, eso
es lo único que quiero. Qué fácil es vivir en sueños, ignorando la realidad,
sin entender lo que en verdad vives.
Cuando me acuesto en el suelo me doy cuenta de que nada
existe, que todo es mentira, que la vida tiene un principio asignado y un final
ya escrito. Que vives porque debes y no porque quieres. Que nadie sabe lo que
tiene hasta que lo pierde, y cuando lo pierde no queda nada. Que si no hay un
segundo estelar en tu obra, el vacío, la inexistencia y Soledad es lo que
sobra.
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