¿Cuán grande es mi idiotez? Muy grande puedes decir, he me
aquí perdido en la alas de un búho al que admiré.
Posado en las ramas estaba el ser, mirando a la ventana
donde yo me asomaba, viendo el brillo de la luna bajar por sus plumas para
luego irse volando. Mis ojos nunca han visto ser más encantador que el búho que
esa noche se posó en esa rama.
Pasé tiempo de mis días imaginando que sería pasearme entre
sus plumas, claras plumas que motas ocultaban. Rogué por horas a mi mente que
no se dejara ganar por las ganas de verle y oír su cantar.
¿Cómo no perderme en el búho? Sus ojos grandes y brillantes,
claros y penetrantes violaban mi alma como lo haría una flecha a la piel, su
claro plumaje que me hacía caer en relajo y su tez blanca y pincelada me
llenaba de sonrisas a pesar de cuan mal estuviera.
Su graciosa manera de volar la última noche que le vi nunca
la olvidaré, sobre tristes charcos de lluvia me hizo correr solo para poder su
esencia sentir. Volaba como bailaría una maestra y cantaba como lo haría el
mejor cantante. Esa noche estuve más perdido en su gracia que un explorador en
laberinto de reyes.
Mucha gracia en un solo recipiente, quizá por eso se fue
volando para no volver a mi presencia de esa manera otra vez.
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