La luna llena se asoma por la ventana, te ve a la espalda y cuenta los huesos de tu columna. Así como lo hacía yo con la mano cada vez que volteabas. Pero todas las noches que dabas vuelta, esas noches las pasaba en vela. Contando las secciones de tu espalda hasta que quisieras voltear a verme los ojos de nuevo. Y yo con mi cara triste te sonreía, sin importar qué. Y tú sonreías de vuelta, y esa parecía mi señal de perdón, aunque de qué le sirve eso al corazón, si volverás a darte vuelta.
No importan qué día sea, yo sigo de pie siguiéndote los pasos, cuidando cada uno de ellos. Hasta que llegues a tu destino donde puedes dormir tranquila, y yo me vaya lleno de ira a mis pilares que tocan el cielo, suba el sinfín de escaleras hasta ver el día de nuevo para poder dormir hablandole al sol. A la hora que tu despiertes, a esa hora dormiré yo. Evitando cada palabra, cada emoción. Excepto la soledad, que dañó mi camisa, mi cinturón y mi pantalón, junto con lujuria y otros personajes que frecuentan mi ser.
Cuando me vuelvo la muerte las cosas dejan de ser importantes. Asesinar con la mente cada una de las palabras, todas y cada una de las sensaciones. Sellarlas a presión en mentes de otras personas. Volver mundano cada recuerdo y quitarle lo especial a los colores del cielo, esos colores que una vez me hiciste ver, sin saberlo. Sin importar qué, yo sigo de pie, siguiéndote los pasos, esperando a que llegues a tu destino. Cuidándote de aquellos que miran más de lo que deben, y matando a las emociones en el camino. Eso hago cuando me vuelvo la muerte. Tal vez siempre soy ella, y por eso no lo notas.
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