En las noches melancólicas prefiero pensar y pensar. Y en lo
único que pienso cuando la luna es mi techo es en la luna a la que solía
escribirle, las cosas que solía decirle y las anécdotas que solía contarle, o
en aquellas otras noches que no hacía nada más que admirarla y admirarla como
un perdido admira el camino a casa.
Las siguientes mañanas son las puertas a mis nuevos
encuentros. Son muchas puertas abiertas y una llave para una cerradura que no
he encontrado. Aunque prefiero no abrirla ya que aún no ha llegado la mañana en
la que pueda vernos a los dos en el espejo. O ver hacia arriba y que no haya
sol, solo tú y yo y lo días venideros.
Las tardes son mis acompañantes favoritos del día. Van
conmigo a donde vaya aunque no importe donde sea. Me siguen y tienen por seguro
que no sé dónde me dirijo. Prefiero ir andando en ese camino inseguro y sin
rutina, pues lo seguro no tiene misterio. Y quién sabe, tal vez si no sigo tu
camino te encuentre.
Prefiero dejar la vida fuera de mi casa y que salte como
bailarina entre cantos de armónicas. Mientras yo juego póker con altas apuestas
con mis recuerdos y mi mente. Usando la almohada como una mesa y apostando el
deseo de sentir sus labios y la salud de mi pensamiento en cada derrota.
Prefiero jugar así, que vivir sin sus besos.
La muerte es eso a lo que no tememos los que vivimos sin
vivir. El destino no es existente pues prefiero escribir mis propios pasos. Al
final no creo en la vida después de la muerte pues cuando muera prefiero estar
perdido en la nada que volver a vivir en un mundo vacío de sensaciones. Sé que
eso será si vuelvo a la vida a vivir sin ella. Prefiero perderme que un segundo
más sin ella.
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