"Le bastaba abrir los brazos para tener la medida de la ternura y el lazo que une la muerte con la vida, a Lucía.
Heredó de la mañana su condición de paloma, y volaba muy bajito para mirarse en su sombra, Lucía.
Festejaba el cumpleaños de la Luna día a día, y se tomaba la noche, y se tomaba la vida, y se tomaba los tiempos y los vientos de los montes, y se tomaba de un trago el silencio de los hombres, Lucía, la viva. Si hubiese tomado vino en lugar del horizonte cuánto menos hubiera vivido... cuánto menos hubiese soñado... cuánto menos la hubiese querido... cuánto menos la estaría extrañando... a Lucía. La viva. La mía... si es que el amor da alguna propiedad.
Era tanta la alegría y la vida de Lucía que tenía un mundo propio porque en este no cabía. Tenía una casa verde adentro de la poesía, poblada de mariposas en lugar de la cocina, Lucía tenía, y yo lo sabía. Tenía 500 años de puro desprejuiciada y una existencia sin puertas pero un montón de ventanas.
Un día cerró los libros y abrió contenta la vida, nadie entendió su alegría, y ella volvió a ser hormiga, Lucía. Hormiga.
Se voló de mi mano de la misma manera que hace un tiempo y dos veces en mis brazos caía. Se voló de mi mano pero yo ya sabía que la Paz es viajera, como las golondrinas. Eso sí que lo sabía. Y me pregunto. ¿A dónde irán las palomas cuando se sienten muy viejas? ¿O será que no envejecen? ¿O pasan a ser estrellas?
¿A dónde irán las palomas cuando ya no son hermosas? ¿O al igual que las mujeres se esconden por vanidosas?
¿A dónde irán las palomas que nunca me dejan pena? ¿O es que yo las continúo en todas las cosas buenas?
¿A dónde ha ido Lucía que mi alma ya no la llora? ¿O es que son la misma cosa el amor y las palomas?"
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