sábado, 24 de noviembre de 2012

Yo contigo, quiero arte.


Mordidas. Placer. Tus manos halando mis cabellos mientras yo devoro tu cuerpo. Un encuentro carnal, donde nuestras mentes son terceras y cuartas, y lo único que hacen es ocupar espacio entre el nosotros dos y nuestro escenario, en el que somos más que participantes y actores, además de ser directores y escritores. Que cuando jugamos al escenario diriges mi actuación y mi guion. Quisiera decir más de nuestro escenario, pero prefiero decir tu cuerpo a mordidas porque las palabras sobran en el plato que soporta a mi comida, que es también mi terreno de juego y mi vida.
Una risa. Un suspiro. Sorpresa. Somos más que menos en el mundo. Somos más que el mundo, somos el mundo. Somos todo lo que todos quieren ser porque tenemos nuestros cuerpos amarrados a nuestros pensamientos, o eso es lo que nos damos a entender en cada palabra y cada verso. En cada grito de placer escondido en un jadeo interminable. En cada encuentro que tenemos en este escenario de delirios de grandeza y deberes de complacer. Tal vez exagero cuando digo que soy soldado de ti, pero, una mentira blanca en un sitio alto no hace que nada de la estructura caiga.
Nuestra estructura. Ese pilar. Ese teatro. Nuestro escenario. Nuestro escenario será ese sitio en el que a mordidas y besos se caiga el mundo y los aplausos dejen de sonar, porque aunque sabemos actuar no queremos mentir. Cuando me encuentro a tu cuerpo en ese posar que hace que mi respiración deje de ser deber y se vuelva un camino hacia tu paisaje de mares y montañas, y Luna y estrellas, me siento lleno de todo lo que me falta o lo que creo que se ausencia en mi ser, que eres tú, o que es el placer de ti y que solo sé recibir por ti y por ningún otro ser. Porque está demás decir que alguien más sabe lo que sabes, y eso lo sé.
Dejando claro el deber ser, y el ser estar, que no es lo mismo, ni cerca, ni está demás, digo que aunque no sea un enmascarado de profesión, por no decir actor, digo que eres mi escenario, mi suelo donde sé hacer lo que hago, mí maquina de escribir, mi mar. Mi Montecarlo, donde me encuentro con la fama y los famosos, que intentan quitarme mi profesión, que es amar lo que hago y que lo hago por ti. Que es amarte como no sé amar algo más. Que es perder y ganar y seguir enamorado de la estructura que eres y que he creado, que hemos creado y que por nosotros es. Que es lo que me ha hecho ser, estar, y amar.
No puedo parafrasear, más, prefiero seguir dando vueltas y que sepan que amo, y que al llegar al fondo sepan a quién y le den un porqué. Porque no quiero que alguien más que ese ser tenga el porqué de amar ese escenario y esa máquina de escribir y esa barca y ese mar que la acompaña reflejando a la Luna en su espejo confidente y delator y que le de esas baladas y esas máscaras de Luna menguante que se va luego del anochecer y la noche y se vuelven el sol y el amanecer de mi comprensión, como dice ese cantautor Mexicano de apellido flaco y delgado, que está demás mencionar, pero que me ayuda a dejar de callar que le amo y que me detiene la respiración.
No quiero seguirte contando, pero quiero que me sigas mientras yo sigo parado en mi escenario, con mi audiencia hermosa que,  es ella en mis toques y acordes de noviembre y diciembre, que en mis canciones no buscan más que robar sus sonrisas y sus lágrimas de felicidad y que sé que algún día encontraré, como me he encontrado a mí por ella y como la he encontrado a ella por mí. Y para amarle más sólo puedo decirte que, hola, y pedirte que le digas que la amo, de ante mano, no vaya a ser que llegue tarde al escenario.

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