Hoy no me encuentro en mis cabales, y es por la simple y
llana razón de que vivo en un horario disparejo. Mis sueños se han ido en los
sueños que una vez tuve en esa cama que no es mía, más su dueña es de mis manos
y solo para mí. Dejé mi reloj en su almohada, palpitando entre sus tic tacs, y
en ese regalo que olvidé, mi salud mental, parcial, que pronto o tarde, o
cuando sea, tocará la totalidad de mi insanidad, a la puerta de mi habitación.
Además que ahora me acompaña una bestia de pesadillas, mal
oliente y desenfrenada, que ataca mis sueños como si fuesen los suyos juguetes.
Esa mirada perdida que siempre tiene y esos chillidos tan leves que me entran
por detrás de la cabeza son otra de las razones por las que mantengo en mis
ojos insomnios y despertares a deshoras. Y las deshoras las cuento con mi
cuerpo y su cansancio en la mañana. Abatido por Morfeo. Burlado por los ángeles
guardianes que cuidan los sueños de los recién nacidos.
Suena y suena el reloj y da vueltas en mi pensamiento como
el afán de ir y venir de un ventilador de techo. Y el calor de las razones descompuestas se adentra
en mi comodidad para mantenerme velando por una brisa fresca y fresca. Lo digo
dos veces, porque ya está podrida esta sensación de ardor en mi espalda. Este
calor intenso de descomposición y desarreglo. Y por si fuera poco, vienen los
viajeros anuales a mi casa y las ocasiones especiales, y yo temo no poder
atenderles debidamente, por esta maldición que se siente eterna que me
acompaña, de la noche a la mañana.
Me arrepiento un poco de esta mañana, y puede que de mañana
en la mañana, porque no la veré pasar, en una marca tan especial, el día de
hoy. Y me entristezco todos los días al no ver su silueta bailarina entre mis
ropas, pero me alegro al recordar que tengo miles de razones para volver, y que
me sobra el tiempo para encontrarle, y lugares dónde buscarla. Aunque, no sé si
considerar búsqueda si ya sabes dónde encontrar. (Jajaja).
De aquí a mañana no lo sé, pero espero volver a dormir entre
las horas que no he visto nunca, porque la gracia del sueño es, en parte,
desconocer lo que pasa para empezar a conocer tus sueños. Y, aunque no tenga
reloj, sé qué hora es siempre que me acuesto a cerrar los ojos. Es hora de
soñar, entre el tiempo infinito, las piedras y las olas. Los bosques y montañas
y la Patagonia. O entre las Figueras de Dali, o el Tandil de Cabral. O, la cama
donde dejé mis sueños la última vez que dormí, al lado de mi amada Lucía, con
sus sueños en mis manos, y mis sueños en su vida.
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