Hoy salí de mi casa. Fui a responder un llamado, una
invitación que decía “Ven a mi casa el sábado. Voy a estar sola y quiero que me
acompañes.” Y no me costaba nada ir, preferí eso a quedarme en mi casa sin
hacer nada durante otro día entero.
Me monté en el auto y pensé “Tengo tanto sin salir así. No
pienses en nada, no compares nada.” Pero no podía dejar comparar nada. El viaje
fue más corto, la espera fue más corta y todo lo demás menos emocionante. Nada
bueno en la primera comparación.
Abrió la puerta de su casa y me recibió con un abrazo,
seguido de un beso en la mejilla y un “Pasa adelante, no hay nadie que nos
interrumpa.” Pasé, y aun así comparaba de más. Su voz no era igual, su casa era
más cómoda, sus sabanas más gruesas. Nada bueno en la segunda comparación.
Luego de cerrar la puerta de su cuarto la comí a besos,
desabotoné su camisa y la levanté del suelo. Se amarró a mi cintura con sus
piernas, su lengua bailaba con la mía canciones sin letras y su aliento y risas
de placer me hacían sentir querido. Sus besos eran vacíos, sus senos más
grandes y sus piernas más cortas. Nada bueno en la tercera comparación.
Dejé de besarla y le quité la camisa, me quito la camisa. Le
quité el sostén y jugué con sus senos, los besé y apreté como si mañana no
hubiera nada, disfruté su pecho como si fuera comida. Sus pezones más claros,
sus senos más grandes, sus gemidos más altos. Nada bueno en la cuarta
comparación.
Me quité el pantalón, le quité el pantalón. Bajo con sus
manos a mi sexo, jugó a que tenía el control mientras me besaba y yo la tocaba.
La temperatura subía cada vez más. Sus manos calientes, sus besos mojados, su
cuerpo delgado y trigueño bajo la luz amarilla. Nada bueno en la quinta
comparación.
Luego le quité su ropa interior y la acosté en su cama, la
toqué con las manos frías para oír como gritaba. Subía y bajaba la cadera, sus piernas
cada vez más temblorosas y su respiración acelerada. Su voz congelada, su
cuerpo más claro, sus gemidos más complacientes, debía ser el tiempo sin ser
tocada. No me importaba, no había nada bueno en la sexta comparación.
Luego de que dejé de tocarla y me puse sobre ella, quería
hacerla creer que de verdad sentía placer al hacerla mía. Quería que creyera
que todo lo que le decía era verdad. Quería que creyera que estaba bien jugar
con ella a que necesito complacer y satisfacer mi hambre. Pero no podía, no lo
sentía, no sentía placer y no la quería para mí. No había nada que comparar. Su
color no se mezclaba con el mío. Su voz no creaba un unísono con la mía. Su
cuerpo no era un templo admirable. No había nada bueno qué comparar.
Me levanté de su cuerpo y me alejé de ella, sus ojos de
confusión eran todo un cuadro. Su voz cuando me preguntó “¿Qué pasó?” Era
triste, o así la escuché. No le di un verdadero por qué. Le besé por última vez y le dije que me
disculpara. Me vestí y le pedí que me acompañara a la puerta, me fui a mi casa
y me pedí olvidar. No quería pensar. No quería comparar.
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