Una mañana me encontré perdido. Caminaba por el cielo, son
el sol en las manos, tocando las estrellas para hacer una canción, y darle vida
a los balones con los que jugaba, para tener alguien con quién conversar, y así
despertar la curiosidad que alguna vez tuve, antes de convertirme en el ser que
los sabios buscan para responder sus eternas preguntas, y el que los tontos
llaman cuando no saben resolver con eficacia sus problemas. Aún no había
inventado la vida en la tierra, y ya tenía ganas de sorprenderme con lo que
haría el libre albedrío.
Luego de crear los mares y las montañas, y los ríos y la
luna, le di vida a su cuerpo. Le di alas para que volara como le diera la gana.
Le di la libertad de ser como quisiera y escoger lo que a su gusto fuera. Le di
el poder de caminar sobre el agua, navegar sobre las nubes y esconderse en las
sombras. Le di manos, para que acariciara a la vida, y le di ojos, para que
admirara cómo el mundo se movía en torno a su andar. Y para que, en caso de que
un día volteara, supiese que yo estaba ahí, en caso de que se cansara de andar.
Le di las horas de los días, las noches y las madrugadas,
para que viera cómo el frío se transformaba en calor, el calor en sudor, y el
sudor en heladas sensaciones cuando llegara al ártico, y le di a los animales,
para que se enredara entre ellos para obtener su calor. Le di al oso polar y a
los lobos, para que jugara con las bestias como si fuesen cachorros, y le di
juventud, para que no se cansara. No le di un reloj, porque no lo necesitaría,
en cambio, le di más vida, y el don de la inmortalidad.
Le di inteligencia para que entendiera cuando algo no se
debía, y le di razón, para que entendiera el por qué. Le di aire para que
llenara sus pulmones, y árboles para que se acostara en su sombra. Le di frutos
para que saciara su hambre y agua y vinos para calmar su sed, y para calmar su
ansiedad de alegría, en caso de que estar en sus cabales no fuese suficiente.
Le di riquezas no materiales y le di pobreza para que siempre buscara más. Para
que siempre buscara en mí. Le di lo que más quería para alguien, y le di
opciones, para que no tuviese que escogerme a mí.
Le di, hasta que se cansó de tener, y me buscó para
compartir. A pesar de saber por qué se movía para donde se movía, no sabía por
qué lo hacía, y me alegraba no conocer ese lado de ella, porque no sabía que se
voltearía a verme para contarme por qué lo hacía. Le di un beso a la luz de la
luna, que subí al cielo para ella, y le tomé de las manos, para que me llevara
a admirarla mejor, porque no la supe apreciar sino hasta que ella me mostró que
la hice para su deleite, y ella, la quería para nosotros dos. Ahí, dejé de ser
el creador para ser el amante. Ahí, ella empezó a compartir sus riquezas
conmigo.
Lo que yo no supe crear para darle, ella lo inventó para mí.
Me hizo entender más allá de mi comprensión, que aunque abarcó todo lo que
había visto, no aprecié sino hasta que lo vi desde sus ojos. Me dio el calor de
un beso apasionado y las caricias con las que sus manos acariciaban la vida. Me
dio lo demás de la alegría y mordidas que erizaban la piel. Me dio la ilusión
que había en las montañas y el vacío entre sus senos. Me dio las fronteras que
abarcaban sus piernas, y me dio su espalda para recorrerla con mis manos. Me
dio su cuello para encontrar sabores distintos, y me dio un camino turbulento,
pero lleno de todo lo que me faltaba. Me dio su cabello para tejerme entres sus
trenzas y me dio sus sonrisas, para atesorar mis mañanas. Me dio su mirada. Me
dio su voz y sus pasos. Me dio todo lo que le di, y más de lo que había pensado
que podía crear, aunque la inventora era ella, y yo solo el moldeador. Ella le
dio vida a mi vida, y amor a mi alma. Me dio la razón, que le di para que
juzgara si yo estaba bien o estaba mal, y le agradezco habérmela dado, porque,
de no ser por ese regalo, estaría jugando a crear vida otra vez.
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