Sin importarme el tiempo, el sitio, si hacía frío o calor, o
si había buen o mal olor, te esperé. Sentado con paciencia infinita hasta que
se animó alguien a levantarme y preguntarme que esperaba, te esperé. En
silencio y con el ruido eterno de mi mente, y con las esperanza extendida hasta
más allá de mi cuerpo, veía pasar a la gente añorando que aparecieras entre el
tumulto y te fijarás en que estaba frente a ti, y en mi perfume, y en mí, te
esperé. Esperé a que vinieras por donde supe que pasarías, y te busqué con la
mirada aunque estabas perdida, me asomé por las montañas para ver mejor, y
volví a donde me encontrarías, porque ahí fue que te esperé. El tardar del
tiempo no era suficiente para moverme, ni la lluvia ni los tormentos, ni el
temblor del suelo ni el sueño infinito que me inundaba, a pesar de todo te
esperaba. Y esperé, y esperé, y no me cansé de esperar, porque supe que
llegarías, un día, o mejor dicho, en dos días volverías.
Yo esperaba por ti, sentado en la rama, sentado en la
piedra, sentado en el suelo, con un bolso de viajero y la ilusión de un amante.
Con las ganas de vivir de un moribundo que no acepta su destino, y las ganas de
ser feliz, de alguien que ha escrito a la alegría y al amor, te esperé. Y la
gente pasaba, y pasaba, y yo bebía de mi botella, y fumaba de mis cigarrillos,
con las miradas hacia a mí, mientras me sentaba y levantaba, constantemente,
preguntándose qué hacía, y yo respondía, “La espero”. A pesar del misterio y la
verdad que circulaba a mi alrededor, yo mantenía firme mi cuerpo y mi
condición, con tal de que en cualquier momento pasaras para tratar de hacerte
sonreír, y te vi. Pasaste, y te vi, y no reíste, ni me viste. Tal vez pasó otra
persona, muy parecida a ti, pero no podría confundirte con alguien más. Pasaste,
y te vi. Esperaba que me vieras mientras te saludaba, y dijeras algo hasta mi
mirada. Pero, pasaste, te vi, y te fuiste, y te vi irte, sin importar cuanto
esperé por ti.
Esperaba en el lugar, entre la basura y mis arapos. Entre
los trapos de cocina y las latas de sardina, a que me llegara una explicación,
pero no. No importó. Yo simplemente tomé un lápiz y un papel, y escribí, como
en la canción, y, luego de guardar mi mensaje en una botella, lo lleve a tu
habitación. Y espero que un día leas que “sigo esperando por ti, cada ocaso, en
el mismo lugar” con solo una firma que reconocerás.
“Atentamente: El enamorado de la Luna.”
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